25 julio, 2008

Última hoja


Cuando el viento sopló suave sobre las copas de los árboles una melodía se deslizó desde los cielos hasta el pensamiento y estancándose ahí, en la vertiente del abismo, cantó suavemente con la voz de Travis:
“I'm thinking of/ The words to say/ We open up/ Unfinished parts/ Broken up/ It's so mellow”.

Fue entonces que las estrellas se hicieron más intensas y los sonidos de la ciudad más suaves, no hizo falta nada extra para saber que los próximos pasos a dar me llevarían a la historia que no tenía nombre y hacía allí me dirigí como quien va resuelto a comprar caramelos para romper la dieta.

Un hombre garabateaba una frase tallada en el tronco de un sauce que lloraba el dolor del amor de otro- a veces se torna egoísta lo que uno siente y se olvida cuanto duele a otros las demostraciones que se hacen-. Al hombre obviamente no le importaba así que siguió tallando un mensaje en clave y yo, por la misma mera curiosidad que mató al gato, lo seguí para observar como este hombre paraba en todos lados; sea cristales empañados, barro provocado por un charquito o las nubes de propaganda que hacen esos aviones en el firmamento, pero sea donde fuese y en el material que encontrara, tallaba una leyenda con letra cursiva arial 10, sea con el dedo, lágrimas o cuchillos al rojo vivo.
Observé mientras lo seguía, que las niñas enamoradas del rebelde del momento que mostraba la TV, lo señalaban con una mano y reían considerándolo un loco, los viejos bufaban y gritaban que si estuvieran los militares estas cosas no pasarían y las damas gratis chusmeaban gratuitamente salvando hipotéticamente al mundo.

Al hombre todo esto le importaba un carajo y seguía tallando hasta en los jazmines y las palomas, la frase “te esperaré en la última página del libro”

Y si me preguntan, diré que en mi furtivo seguimiento escondido entre margaritas y las flautitas que compró una veterana con pinta de ser aún guerrera, averigüé que el hombre fue un ferviente vinculo entre la realidad y la ensoñación de la vigilia, o sea que era un escritor y dio la casualidad de que allá, por los lejanos pagos de la memoria una vez conoció a la musa perfecta a la cual le dedicó sus mejores sonetos, pero esta dama como suele pasar en cualquier historia de amor que se precie y venda, se casó con otro teniendo así innumerable cantidad de hijos (lo cual lo hace más aberrante todavía, no hay peor amor platónico que aquel donde se le da salsa a la amada, y no es uno).

La cuestión es que este hombre escribió un libro contando las historias de los feroces navegantes en sus navíos de papel, contó los granos de la arena de las playas Plutonicas y como las mariposas estelares se aparean con los siervos del medio oriente rosarino, narró la odisea de la luciérnaga que buscaba el crisol de oro para convertirse en hombre y así poder suicidarse y también la tragicómica travesía del gusano que se creía un ser humano y escribía una historia similar a esta más, en la última página del libro, no había más leyenda que una dirección, se leía: “Deheza 2013, bar El Caucho a las 21,00 hs”.

Me contaron que luego de publicar el libro, día tras día este hombre se detenía en este bar entre las 21 y las 22 a esperar algo que nunca llegaba y así fueron pasando los años sin ninguna novedad.

Se dice que un día se lanzó a la calle a crear esta leyenda enloquecido por la espera de que su amada comprara su libro en cualquier puestito de parque centenario y lo leyera hasta la última hoja donde encontraría la indicación para su mágico encuentro, obviamente jamás pasó.


Me quedé quieto al enterarme de la historia y lo vi alejarse persiguiendo un ventarrón para dejarle su premisa, mientras pensaba en lo bueno que es, que aún no haya terminado de escribir mi propia hoja final y me marché sentido contrario al mundo, tarareando un viejo tango de los días verdes que sonaba más o menos así:

“I'm walking down the line
That divides me somewhere in my mind
On the border line
Of the edge and where I walk alone

Read between the lines
What's fucked up and everything's alright”

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