Oigo incluso como ríen
las montañas
arriba y abajo de sus azules laderas
y abajo en el agua
los peces lloran
y toda el agua son sus lágrimas.
Oigo el agua
las noches que consumo bebiendo
y la tristeza se hace tan grande
que la oigo en mi reloj
se vuelve perillas en la cómoda,
se vuelve papel sobre el suelo,
se vuelve calzador,
ticket de la lavandería,
se vuelve humo de cigarrillo
escalando un templo de oscuras enredaderas...
Poco importa
poco amor
o poca vida
no es tan malo.
Lo que cuenta
es observar las paredes
yo nací para eso.
Nací para robar rosas de las avenidas de la muerte.
Charles Bukowski
07 mayo, 2008
06 mayo, 2008
Casa de Luto
El tiempo quedó sellado como aquella puerta, preso en el espacio íntimo de los patios, después de que Don Martín de Alzaga, vasallo fiel de la corona Española fuera fusilado y luego colgado de la orca, como se cuelga a un ladrón o a un asesino. “Nos han hundido en un mar de luto” dijo mi madre. De ese mar ni ella ni mi hermana Angelita nos permitieron asomar un instante la cabeza. Salvadas del otro lado del mar sin fondo, quedaron las hermanas mayores bien asidas a sus hombres, que eran su tabla en el naufragio. Incluso Narcisa cuyo marido Matías de la Cámara fue ejecutado aún antes que nuestro padre. Las que enviudaron volvieron a casar. Nosotras no pudimos elegir a varón alguno y tampoco elegimos a Dios. Nos casamos con el duelo y con el odio, con el rencor y la melancolía. Un pensamiento que no me atrevo a declarar aparece contra el pie de la cama donde una criada me está velando la vecindad de la muerte. Es puro y hermoso pero lleno de furia, como un ángel al que se ha traicionado, tiene en la mano una espada de justicia que se coloca entre mis ojos, que ya no me deja desviar la mirada hacía la mentira.Me dice que nosotras, acaso pecamos por omisión y por cobardía, refugiadas entre inútiles crepúsculos, rehenes del pasado. Que mi madre, como la vieja España, fue un torbellino sombrío de soberbia, incapaz de perdón. Que nos sacrificó a la fuerza helada de su orgullo, que ese orgullo fue una de las formas de la venganza y que se dirigió sin piedad contra su propia sangre. El Ángel de ese juicio sigue mirándome, y yo me miro en él porque su cara terrible es como un espejo. (…)
Una prima se ha atrevido a insinuar que nos presenten en el salón de Manuelita. Pero mi madre la desalienta con una mirada que pesa como una cadena. Mis hermanas sacuden la cabeza. De todos modos, qué les importa. Ya están viejas o se sienten viejas. A casi todas nos ha pasado la edad de tener hijos. Pero es más que eso, incluso. Sabemos que aunque se nos abrieran de par en par todas las puertas, ya no podemos ni podremos partir jamás. Que somos como los pájaros nacidos en cautiverio, aterrados ante la inminencia de la libertad. (…)A mí me ha tocado despedir a todas: Andrea, Angelita, Paula, Tiburcio, Agustina. También han muerto todos los criados que eran esclavos en nuestra niñez y que alguna vez nos cargaron en hombros o nos pasearon en coche por una ciudad de casas bajas (…) serán sus hijos los que lleven en andas mi ataúd, como llevaron los de mis hermanas.
El pasado se ha vuelto tan irreal como los dibujos que el humo del incienso edifica contra el techo. Quizás nuestra vida es apenas una inscripción más entre esos diseños que cambian con los giros del aire y las tonalidades de la luz. Quizás el drama que representamos durante más de medio siglo es tan sólo la sombra de una escena grandiosa que Dios imaginó y desechó en un segundo de su pensamiento y que nosotras, nos limitamos a ejecutar con la lentitud y la torpeza propias de los mortales, arrastrando el peso de la carne y la sangre desde nuestra juventud hasta la muerte.Cumplimos bien. Quienquiera que haya diseñado las reglas de la escena debe estar satisfecho. Ya no siento el rosario entre los dedos, que se resisten a moverse. Tampoco puedo mover los labios para enunciar el rezo que me proteja no ya tanto de Dios, como de mí. Temo no haber ganado el paraíso de esas ciudades de humo que no he visitado en la tierra y que tampoco he de conocer después de muerta.Temo que mi único paraíso posible, sea una réplica exacta de esta casa cerrada donde se multiplican los patios hacia adentro y las sombras de negro, las voces y los ecos.Maria Rosa Lojo, frag. Del libro “Historias Ocultas en la Recoleta”
Una prima se ha atrevido a insinuar que nos presenten en el salón de Manuelita. Pero mi madre la desalienta con una mirada que pesa como una cadena. Mis hermanas sacuden la cabeza. De todos modos, qué les importa. Ya están viejas o se sienten viejas. A casi todas nos ha pasado la edad de tener hijos. Pero es más que eso, incluso. Sabemos que aunque se nos abrieran de par en par todas las puertas, ya no podemos ni podremos partir jamás. Que somos como los pájaros nacidos en cautiverio, aterrados ante la inminencia de la libertad. (…)A mí me ha tocado despedir a todas: Andrea, Angelita, Paula, Tiburcio, Agustina. También han muerto todos los criados que eran esclavos en nuestra niñez y que alguna vez nos cargaron en hombros o nos pasearon en coche por una ciudad de casas bajas (…) serán sus hijos los que lleven en andas mi ataúd, como llevaron los de mis hermanas.
El pasado se ha vuelto tan irreal como los dibujos que el humo del incienso edifica contra el techo. Quizás nuestra vida es apenas una inscripción más entre esos diseños que cambian con los giros del aire y las tonalidades de la luz. Quizás el drama que representamos durante más de medio siglo es tan sólo la sombra de una escena grandiosa que Dios imaginó y desechó en un segundo de su pensamiento y que nosotras, nos limitamos a ejecutar con la lentitud y la torpeza propias de los mortales, arrastrando el peso de la carne y la sangre desde nuestra juventud hasta la muerte.Cumplimos bien. Quienquiera que haya diseñado las reglas de la escena debe estar satisfecho. Ya no siento el rosario entre los dedos, que se resisten a moverse. Tampoco puedo mover los labios para enunciar el rezo que me proteja no ya tanto de Dios, como de mí. Temo no haber ganado el paraíso de esas ciudades de humo que no he visitado en la tierra y que tampoco he de conocer después de muerta.Temo que mi único paraíso posible, sea una réplica exacta de esta casa cerrada donde se multiplican los patios hacia adentro y las sombras de negro, las voces y los ecos.Maria Rosa Lojo, frag. Del libro “Historias Ocultas en la Recoleta”
Soledad
.
Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted.
Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho.
Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando.
No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.
de Pedro de Miguel.
Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted.
Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho.
Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando.
No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.
de Pedro de Miguel.
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